
Me fumo y me consumo.
Sin voz,
mis palabras caen sobre el papel como la piel muerta de un leproso,
desplegándose paralelas a la vida,
intentando llenar el vacío de sentido,
recopilando lo etéreo del devenir,
tozudas en su crónica de la descomposición de la carne y de los huesos.
La necesidad de la acción social se impone como una máscara antigás
que pretende proteger de un supuesto caos
cuyas toxinas hicieran el aire de la vida irrespirable,
un virus sintetizado de la duda.
Paralelo a la línea del tiempo se edifican así
las factorías que despliegan la cadena de montaje para perpetuar la especie,
con sus bloques de justificaciones sólidamente enquistados
en el flujo de las conciencias.
Esta cadena de producción abraza el perímetro del mundo
y sus eslabones no se unen mediante la elección.
La vida se desarrolla afuera,
Aunque no sé si lo hace en el punto geográfico
en el que se sitúa mi conciencia.
Estas ideas que me forman bien podrían ser un tumor.
Es la palabra oscura, la historia del Gran Nadie,
el sufridor vagando por un cosmos abandonado de los dioses.
Es la enfermedad del pensamiento,
cuando el tedio y la inacción son una espera sin objeto,
una mirada fija y pasiva a la inercia.
La pereza me pega a mi cama de desorientación
como a una mosca al papel adhesivo anti insectos,
gelatina verde esperanza que me arranca la piel
cuando me levanto hacia el devenir.
Tengo que vivir
pero este cuerpo inmaterial babea de inmortalidad
y necesita completarse,
buscando confirmar en la angustia
si el amor es posible para quien no puede tocar nada.
Paso al siguiente nivel.
El espejo es una frontera mística
que me devuelve el misterio de una imagen desconocida.
La soledad de mi mirada se convierte en un análisis del género humano,
puesto que se supone que soy yo el que está dentro de la piel.
Salir de aquí, en todos los sentidos,
es siempre un extrañamiento.
Ando siempre con la cabeza gacha para mirar el suelo del planeta que piso
y que me sostiene con su invencible gravedad,
impidiendo que me esparza
hacia la materia oscura del espacio infinito.
Y entonces aparecen.
Rostros,
lo único que tengo para demostrar que existen los demás.
La realidad.
Siento una amenaza, irracional,
Intentando controlar mis gestos como si fuera a ser atacado.
Me miran como si sus expresiones fueran escupitajos.
Notan mi miseria proyectarse y sienten náuseas.
Paranoia.
Esquizofrenia.
Formas de conocimiento.
Fiebre inspiradora de poemas,
una enfermedad que me acompaña y me recuerda
que tengo una reserva en la tumba.
El orgullo de todo ser vivo imperfecto
cuando no asume que la imperfección surge al nacer.
La matriz.
Resquebrajado como la tierra que espera,
subo al aire en una plegaria que siempre rezo
aunque nunca se cumpla.
Con el tiempo me vuelvo tan intangible
que ya es casi imposible besarme.
Cae la lluvia que huele a muerte
Y a su contacto surge una fecundidad no elegida.
Perdido en la oscuridad de la matriz creadora.
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