sábado, 11 de noviembre de 2017

Esqueleto del aire






































Paridas en colmenas de edificios
nuestras vidas son ahora escupidas fuera de las aceras
para seguir un falso éxtasis de ruido
y circuitos de cables que querrían ser venas
regando a nuestro cerebro imágenes cuya inexistencia
astilla nuestros ojos,
estímulos con envoltorio que buscan derretir las memorias.

Se entiende que el alma se fracture,
al menos una vez cada dos meses.
Las uñas son la única piedra que me agarra
buscando siempre un llamado punto de apoyo
que no desmenuce el cuerpo de arena durante la corriente diaria.
Todo es movimiento,
todo me lleva intentando quedarse con mis partículas.
La única motivación es agarrarme.

Tardes en cualquier punto fijo de la casa en que habito,
el mundo,
quieto en medio o dentro de un cristal,
tardes en las que podría nevar como si el cielo se desprendiera
soltando el sudor de Dios,
dejando esparcidos trozos de conocimiento
al alcance del que quiera cogerlos,
flores sin tallo que quemaran con sus besos blancos.

La vida es blanca,
suma de los colores que incluso no nos gustan.
Las líneas y las cuadrículas imaginarias existen
y confluyen desde todas partes
contando todas las historias al juntarse en los poros que forman tu rostro,
delineantes de vida,
esqueleto del aire que distribuye la sangre del mundo
y que nutre el caliente feto que eres,
dispuesto a abrir los ojos.


Foto: 
-New York City VI (Torso), de H.R. Giger