miércoles, 15 de abril de 2020

Arrebatado al cielo





























Rostro flotando en la oscuridad,
entremedias de dos pasillos sin nombre ni dirección,
los gusanos saliendo de la boca
buscando convertirse en palabras,
mientras los dedos quebradizos y temblorosos,
alimentados por una bilis que ya les tiñe,
buscan agarrarse en medio de espirales invisibles
al rellano de los sueños.

Tocar es un ejercicio para brujos,
para guerreros de la mente que luchan en medio
de estos invisibles campos de vaguedades
que se clavan al corazón como lobos,
que hacen sangrar miedo.
Tocar puede ser doloroso cuando el aire se respira
rascando una pared de fuego al mismo tiempo,
el horno que limita al escritor paranoico
que, más que de pasear por el mundo,
tiembla cada vez que recorre la calle de sí mismo,
hacia la esquina de carne con piernas de nácar,
sostén de los edificios que arraigan en todas las mentes
cuando logramos salir y crecer
por encima de los sótanos de la locura.

Antes pueden caer las cabezas de los hombres de madera
que asienten con fuerza,
pero lejos,
en el alvéolo espiral de los oídos,
en medio de la habitación que se quema entre dorados de amanecer,
arrebatado del cielo,
preñado por los edificios,
la voz chisporrotea con un matiz mojado de saliva,
procedente de un mar que ya habíamos escuchado,
recordándonos los oleajes de los abrazos.

No importa qué tempestades se escondan en nuestros ojos,
detrás del imperio de los párpados,
mientras duermo...
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Arrebatado al cielo por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Foto: 
-Il matrimonio del cielo e dell'inferno de Roberto Ferri