sábado, 17 de mayo de 2025

Disgenesia

 


 

La primera memoria de la que tengo conciencia es, precisamente, la de haber dudado de mi propia conciencia. Quizá pueda considerarse como una especie de maldición (¿una caída del Paraíso?, propiamente) que el comienzo de la infancia, la Génesis de todas las edades, la época donde la dispersión y la experiencia de la propia acción sin ningún tipo de racionalización son soberanas, donde manda lo que se vive y no tanto el sentido de lo que se vive (si es que lo tiene), esté marcado por el estigma mental, casi cainita, de tener justa y clara percepción de esa misma dispersión, de esa fugacidad, de la propia difusión. Quizá esta “confesión” esté demasiado cargada de tintes bíblicos (¿quién sabe si intencionados, o siguiendo la intención de quién, cuando ya he comenzado este juego dudando incluso de mí mismo?), pero lo cierto es que esa idea de “Génesis” me ha perseguido en todo lo que escribo (y en todo lo que he vivido, si ensanchamos el silogismo) y, precisamente mientras esto escribo, acabo por darme cuenta de que ese estado de comienzo lo que define es una frontera entre el estado de disgregación y el estado de concreción, un tenso puente que lucha por unir los dos polos. En aquella habitación de mis apenas cinco años (no puedo determinar bien la edad, sin saber siquiera si era mi conciencia) no sabía de quién era ese cuerpo que estaba albergando mis pensamientos, no reconocía al sujeto al que pertenecían sin haber consultado a mi propio pensamiento, porque mis ideas eran propias y querían, por lo tanto, liberarse de ese cuerpo que las estaba transportando (y que lo seguiría haciendo en el futuro, aunque en ese momento aún no lo sabía) sin haber pedido permiso a mi conciencia. Eso explica los denodados intentos por arrancar los sentimientos con tenazas de palabras, de practicar cirugías literarias (líricas o narrativas, no se supone que el público tenga nada que ver con esto, así que no hay nada que acomodar) con las que confeccionar un sentido, intentando tejer un vestido con el que proteger a lo inmaterial del frío cósmico. Eso explica haber vertido los primeros versos después de haber entrado en “modo despecho” (para luego seguir escuchando más música oscura, no siempre en inglés) y que sea el desengaño, madre de todo lo barroco e hijo bastardo de las sociedades eufemísticas, el punto de partida de la ortopedia inane de la literatura buscando recomponer los restos de la pestilente nostalgia. Quizá no sea nada más que simple arrogancia y, por tanto, un ejercicio fútil de combustión espontánea, creer que se puede tejer una tela de araña que sea perenne, como ya pretendieron otros caídos, más geómetras, más preparados, pero igualmente asfixiados por sus propios hilos. Como si hubiera quien pudiera descifrar ese edificio levantado con tan caótica arquitectura, si las ruinas no se hicieron para durar. Ahora también pienso que quizá fueron construidas en sentido inverso.

Disgenesia © 2025 by Jose Ángel Conde Blanco is licensed under CC BY-SA 4.0



Foto: 

-Fotocomposición basada en la actuación/performance The Reincarnation of Saint Orlan de Orlan.

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 27 de abril de 2025

Primeras consecuencias de la contaminación electromagnética

 


 

Páginas de la alienación; el cielo no existe, los cantos de los pájaros son las vibraciones de los cables de hierro extendiendo la gran telaraña de metal que nos encierra, creando una estática constante en la que nadan impunes los dígitos y los códigos que componen la celda global contemporánea, como en un océano invisible de apariencia, un plasma de opresión, la placenta cotidiana en la que nos incubamos sin preguntas.

Mis cables desesperados de respuesta se lanzan al aire enredándose en el aparataje de torres formadas por máquinas, y tropieza mi vida y mi conciencia haciendo daño a los demás y a mí mismo. Ni siquiera puedo entrar en el sueño, que me echa con bofetadas espasmódicas de su zona de percepción, no dejándome siquiera un frío nicho aislado, inerte de visiones, y me devuelve a mi mesa de disección nocturna, donde mi cuerpo se desgarra en múltiples cuerpos que pelean unos contra otros, reafirmando su materialidad, apresándome en su lucha de insomnio.

No hay lugar para otras retiradas del campo de batalla de la conciencia; ni siquiera la sempiterna inconsciencia del fin de semana, un vórtice que sólo devuelve dolor físico y un regusto a caucho quemado en el paladar. En esta espiral consumo para consumirme, pero no hay posibilidad de que los espejos me escuchen o me devuelvan el humano toque de unas puntas de los dedos perdidas a años luz de este planeta de titanio.

No os preocupéis, no soy nada. Sólo me queda la vida, como un polvo cósmico que erosiona la piel con pústulas en forma de palabras que se escriben poco a poco en la piel, una nube de polución que es la atmósfera de las ciudades procedente de la explosión de un Sol que nadie ha conocido.

 

Primeras consecuencias de la contaminación electromagnética by Jose Ángel Conde Blanco 
is licensed under CC BY-SA 4.0

 

Foto: Cyborg, de Dan Sakamoto

 

  

 

 

 

 

miércoles, 19 de marzo de 2025

El polvo del sótano

  


El tiempo se estira y las horas desaparecen mientras camino por mi hogar. Una bebida se tumba verticalmente sobre mí, burbujeando con sus gases de forma obscena. Tampoco me responde, aunque no dejamos de mirarnos, autopsia de una coca-cola, dedos arácnidos repiqueteando sobre el vaso, la música de la ansiedad tejiendo una telaraña con que asir el tiempo o tan frágil que le dé la sensación de poder escapar. Completamente ebrio de existencia, sin conciencia, la luz del mundo se vuelve ocre y amarillenta cuando el infierno cósmico entra en la atmósfera, sus lámparas alumbrando mi techo, y lo que ilumina se vuelve oscuro, descompuesto en corpúsculos de luz demoníacos, como enormes bolas de polen que arden de cansancio ante los ojos, puede que sólo los míos.

Veo amanecer el fuego del interior del mundo, su magma encolerizado, entre la muchedumbre amorfa de un sótano. La abulia del propio cansancio me deja postrado, y cuando me despierto de mi letargo me voy obligado a atravesar una jungla de navajas. Un sueño todavía, y me retuerzo en la cama como una crisálida dentro de la que protestan sus raíces internas, creciendo, queriendo escapar de mí. Los huesos de una cucaracha aplauden sobre el suelo y mi conciencia sale en forma de niebla por mis oídos.

Ahí están, las palabras, como siempre hablando conmigo, conscientes de su necesidad e inevitabilidad, plasmación eterna del flujo incesante de los átomos de la vida corriendo por el pensamiento. Fuera, todas las otras palabras me resultan ajenas, ya nunca más son palabras. Forman parte de un espectáculo representado en un escenario que se monta todos los días para justificar la existencia de sus actores. En el marco ectoplásmico que mis ojos abren, encuadrando lo que ven, está la vida, pero yo no estoy. Yo estoy muerto, y escucho la historia que me cuentan las palabras y las ideas como gusanos descomponiendo mi mente. El aliento es frío. 

El polvo del sótano by Jose Ángel Conde Blanco is licensed under CC BY-SA 4.0



Foto: 

-Cadáver de niña transformado en muñeca por Anatoly Movskin (Ministerio del Interior de Rusia).