domingo, 28 de noviembre de 2021

Teoría del hielo cósmico

 















Pasado el deshielo,

los átomos de oxígeno que nos forman,

dispersos antaño al regresar la traición estacional de la fusión,

bailan con los latidos de la física entrelazándose y enamorándose

para formar el bloque de hielo que se asienta esperanzado de solidez

sobre el sudor telúrico de la angustiada fiebre de la corteza terrestre.

Ya ha pasado la estación en que la melancolía del suelo

era contestada por el cielo con lágrimas que dispersaban

las hojas de los árboles,

surgiendo como evaporación del dolor terrestre.

Sus pétalos cubrieron el suelo con un desorden que reflejaba la culpa,

ensuciando las aceras con el arrepentimiento,

saliendo en destellos de las miríadas de fragmentos vegetales.

Tiempos de condensación siguieron a la resaca de tristeza,

en los ojos de la tierra,

y la caricia de gases reconciliadores fue secundada por la nieve de perdón

que cegó la vista de todo lo conocido.

 

Hoy,

al día siguiente de esa reiterada cosmología,

se ha formado el glaciar que es frontera de cielo y tierra,

un iceberg de sentimientos que lo une todo.

Y yo lo observo como si mi amor se reflejara en un espejo,

y mi esperanza viaja por todos sus pliegues formando un rostro de nacimiento,

un eterno bebé de hielo

que sonríe extendiendo los brazos con unos ojos rasgados,

donde dos planetas me dicen que podemos estar juntos,

el hombre y la princesa de nieve comprendiendo los cristales que los forman,

mientras el clima alrededor nos envuelve.

 

La mujer es blanca como lo que está por escribirse

o como compendio de todo lo que se ha escrito,

una delicada superficie de neutralidad cósmica.

Sobre su piel de hielo destellan leves ríos de venas azules,

formando una geografía de agua condensada con sus experiencias,

ampos complejos,

átomos de sentimientos que se enredan para formar una corriente amatoria interna.

No se sabe dónde está,

tan sólo escucho su respiración a través de mi ventana,

abierta al paisaje interrogante del invierno.

 

Entonces me detengo como una glaciación,

estableciendo un clima propio que me lleve hasta ella,

sin pasar por los microclimas falsos del deseo.

La cristalización de lo que somos viaja como una escarcha invisible al mundo

pero superpuesta a él.

No la espero ni la quiero porque sé que su viento me penetra

mientras siento los edificios y las aceras cubrirse con un sudor blanco

y los tornos de las estaciones de metro crujir con un azúcar duro,

más allá de lo humano.

Mientras las llamas se consumen, retuercen y disipan

disfrazadas con abrigos de diseño,

comprados y renovados para intentar apresar lo que se escapa,

la muchedumbre de lo fugaz,

mi mano se congela y petrifica en lo que toco

y el aire entra en mis pulmones como una manta rarificada

que cubre mi alma,

otra alma formando una atmósfera sobre la mía.

Nuestros hielos eternamente respirados

en la elíptica de un constante hálito inexplicable,

los ojos fundiéndose estáticos en un infinito paisaje blanco.

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Teoría del hielo cósmico por Jose Ángel Conde 

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Foto:

-El genetista de Hector Pineda

 




lunes, 18 de octubre de 2021

Necroisla


  

 

 

 

 

 

Terapeuta de mí mismo,

parto del diagnóstico de creer

que mi cuerpo es una máquina ultrajada.

Se dota así mi mente de sentido

y cree con desfachatez poder arreglar las cosas pensando,

narcotizándose con las drogas de la divagación y la especulación.

De dentro surge el dragón de la esperanza poética

que se retuerce creando millones de anillos

con los que enroscarse al mundo que se le escapa.

El planeta es un único continente llamado Islandia,

una patria hueca recubierta por una tenue capa de piel humana

sobre la que caminan hombres a su vez también huecos,

siempre temerosos de resquebrajarse y ser expelidos al vacío

por la fuerza de los millones de maelstroms que rodean la isla

y hacen del mar salado óptico un vehículo

para vibraciones letales que amenazan con el desarraigo,

con el vuelo incontrolado del alma hacia el aire caprichoso

creando ondas de depresión y melancolía,

un ligero canto de ballena que podría llamarse “felicidad”.

 

Penetrados de nosotros mismos,

nos replegamos cada día para evitar evaporarnos,

estado de alerta que nos sitúa siempre en otra parte,

un extrañamiento incansable.

Intentamos entonces autoenvolvernos,

crear un lastre para nuestros globos aerostáticos de piel

y no ser escupidos al tiempo,

desarrollando así una ceguera con las brumas de lo cotidiano.

Orgullosos de estar vivos,

nos cosemos un traje con la rutina por encima de la frágil piel

y limpiamos todos los rincones de nuestra ciudad de cartón,

pero esta se ensucia una y otra vez

aunque nos aferremos llorando a nuestra escoba,

levantándonos cada mañana

y llevándonos las mantas de nuestra cama terrenal

para poder renovar nuestros ilimitados disfraces.

Ardemos en la combustión de nuestros propósitos,

creyendo dejar posos de sentido en el cenicero de la vida,

cenicero dentro de un cenicero.

 

Nos empeñamos en tapar el horizonte

con lápidas gigantes de hormigón,

catacumbas de nosotros mismos.

Tumbados en nuestros ataúdes diarios,

miramos hacia arriba buscando crear un techo

y lo llenamos de retorcidos entramados de tuberías

con los que aislarnos del cielo que nos quiere llevar consigo,

pero el paisaje sigue en su sitio al abrir los ojos.

Los días son sin embargo un ácido auto-impuesto,

una auto-tortura oscura que se disuelve por las noches

en el blanco amnésico del alcohol,

cuando nuestros oídos son martilleados por un radar inesperado

que capta un código morse del espacio exterior,

el eco de millones de pechos latiendo con un alfabeto negro

como la materia de la que procedemos y hacia la que vamos,

perdidos en el éxtasis de la Cábala.

Vampiros entonces de la existencia,

nos damos cuenta de que nuestra red

se nutre de la sangre del tiempo

y que esa adicción es el hilo que nos traspasa,

el eje directriz.

Esa bruma,

ese cielo del que intentamos huir.

 

El dolor y el amor se explican con nuestra voz.

Somos fantasmas y el mundo es luz,

un infinito espectro electromagnético

por cuyas longitudes de onda nos movemos

como radiaciones que buscan ser reflejadas o absorbidas por los cuerpos.

Escogemos nuestra propia luminancia

para ser objetos pasivos de la óptica.

Si es posible,

quiero que otro cuerpo viva en mí

y yo en otro cuerpo,

si es posible queremos dar a un objeto el matiz.

No nos veo ciertos

pero nos veo vivos,

aunque actuamos como lápidas secas que aún no han sido plantadas

y que por lo tanto no son una puerta.

Si ese mármol se clava firme en la tierra,

el interior nos llenará con su oscuridad,

fluyendo con toda su savia por nuestras raíces.

 

El país del que hablo está equidistante de nada

en todas las brújulas y mapas

pero existe.

Cuando te llegue esta carta y la comprendas

veré que eres la lápida

que llora brillante y desnuda delante de mí

y me arrodillaré para abrazar tus lágrimas.

Te espero.

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Necroisla por Jose Ángel Conde 
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Foto:
-Homage to Böcklin de H. R. Giger



   
 
 
 
 

lunes, 20 de septiembre de 2021

Semilla

 

 

En esta atmósfera de silicona

la voluntad se licúa de dentro afuera de las personas

en un gel translúcido y gris,

creando una ecografía que me permita leer la bondad intracorporal.

Gris como paloma

que hace de su domicilio temporal una ventana

para intentar entender el mirador humano

de esa especie animal tan extraña e incomprensible.

 

Entre los desfiladeros de plástico y metal tiene que haber alguien,

un igual que también haga preguntas al vacío.

El guerrero libra así una guerra moral,

combatiendo con la ideología de los otros

mientras emplea su fuerza humana para intentar levantar el tiempo,

la autoafirmación la empalizada a defender

bajo la lluvia de flechas de la incomunicación,

entre un campo de batalla de sombras

en el que hay que buscar una semilla de fertilidad,

esa planta que sonríe esperando que la germines,

el espíritu erosionando la hojarasca de la carne.

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                   Semilla por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una

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                   Foto:

                   -Fotograma de Spatial bodies, de AUIJK







domingo, 22 de agosto de 2021

La Señora


 

Tu pelo en celo, insaciable,

pesadilla castaña que aun así sé que me ama,

las estrellas fugitivas como perlas de sudor

de un verano en el infierno,

o menos dramática,

en la simple oscuridad,

sin besos pero contigo,

con todas las que existís y que me componen,

tratando de que no se condensen en otro aire

que huya de mi memoria para siempre,

que no sea ya más mi alcance,

la angustia feliz de no poder conocer nunca

los límites de mi vida.

 

Amor la ecuación que quiero calcular

pero no resolver,

entre los pechos fríos de la noche,

mi serenidad,

mi aliento más allá de los cuerpos,

la Señora respirando en las respiraciones,

siempre a mi lado.

Batalla de cielos,

reconciliación de planetas,

matrimonio de órbitas

en la inseparable compañía de la vida y la muerte,

dos amantes tan fieles.

Pálida y oscura,

cuerpo de noche y día,

dos besos,

uno de entrada y otro de salida.

Vivir es pestañear en medio de la muerte

mientras tú sigues respirando.

 

Dientes en la arena de morder el mundo,

mariposas de piedra que se escapan.

Pesadillas,

insomnio puro,

tomo una gota de muerte destilada del dolor.

El polen de todas las flores me asfixiará

como un sudario esponjoso de vida,

para renovar así mi aire.

Camposanto de esperanza.

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La Señora por Jose Ángel Conde 
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Foto:

-Cthonic de Samuel Araya.