Pasado el deshielo,
los átomos de oxígeno que nos forman,
dispersos antaño al regresar la traición estacional de la fusión,
bailan con los latidos de la física entrelazándose y enamorándose
para formar el bloque de hielo que se asienta esperanzado de solidez
sobre el sudor telúrico de la angustiada fiebre de la corteza terrestre.
Ya ha pasado la estación en que la melancolía del suelo
era contestada por el cielo con lágrimas que dispersaban
las hojas de los árboles,
surgiendo como evaporación del dolor terrestre.
Sus pétalos cubrieron el suelo con un desorden que reflejaba la culpa,
ensuciando las aceras con el arrepentimiento,
saliendo en destellos de las miríadas de fragmentos vegetales.
Tiempos de condensación siguieron a la resaca de tristeza,
en los ojos de la tierra,
y la caricia de gases reconciliadores fue secundada por la nieve de perdón
que cegó la vista de todo lo conocido.
Hoy,
al día siguiente de esa reiterada cosmología,
se ha formado el glaciar que es frontera de cielo y tierra,
un iceberg de sentimientos que lo une todo.
Y yo lo observo como si mi amor se reflejara en un espejo,
y mi esperanza viaja por todos sus pliegues formando un rostro de nacimiento,
un eterno bebé de hielo
que sonríe extendiendo los brazos con unos ojos rasgados,
donde dos planetas me dicen que podemos estar juntos,
el hombre y la princesa de nieve comprendiendo los cristales que los forman,
mientras el clima alrededor nos envuelve.
La mujer es blanca como lo que está por escribirse
o como compendio de todo lo que se ha escrito,
una delicada superficie de neutralidad cósmica.
Sobre su piel de hielo destellan leves ríos de venas azules,
formando una geografía de agua condensada con sus experiencias,
ampos complejos,
átomos de sentimientos que se enredan para formar una corriente amatoria interna.
No se sabe dónde está,
tan sólo escucho su respiración a través de mi ventana,
abierta al paisaje interrogante del invierno.
Entonces me detengo como una glaciación,
estableciendo un clima propio que me lleve hasta ella,
sin pasar por los microclimas falsos del deseo.
La cristalización de lo que somos viaja como una escarcha invisible al mundo
pero superpuesta a él.
No la espero ni la quiero porque sé que su viento me penetra
mientras siento los edificios y las aceras cubrirse con un sudor blanco
y los tornos de las estaciones de metro crujir con un azúcar duro,
más allá de lo humano.
Mientras las llamas se consumen, retuercen y disipan
disfrazadas con abrigos de diseño,
comprados y renovados para intentar apresar lo que se escapa,
la muchedumbre de lo fugaz,
mi mano se congela y petrifica en lo que toco
y el aire entra en mis pulmones como una manta rarificada
que cubre mi alma,
otra alma formando una atmósfera sobre la mía.
Nuestros hielos eternamente respirados
en la elíptica de un constante hálito inexplicable,
los ojos fundiéndose estáticos en un infinito paisaje blanco.
Teoría del hielo cósmico por Jose Ángel Conde
se distribuye bajo una
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Foto:
-El genetista de Hector Pineda