jueves, 26 de diciembre de 2019

Autopistas de soledad







































La ciudad es una autopista de soledad
y tú descubres que eres una mujer,
asustada y paralizada por la revelación,
la vida acariciándote con sus escalofríos,
mientras te encierras trémula en el baño de cualquier bar
para llorar cocaína.
No sé ni sabré qué puede decirse
porque no tengo ningún derecho a compadecerte,
yo que, como tú, puedo morir cualquier día,
tú y yo que nos matamos el uno al otro
y que sabemos que nada puede arreglarse,
viviendo en el dolor del espartanismo espiritual
con la venenosa y negra sangre de los románticos.
Los años y el rencor lo cubren todo de silencio
y ya tan sólo podemos hablar follando,
las arrugas y pliegues que forman nuestros cuerpos en la cama
como el lenguaje y las palabras más concretas,
cuando todo se pierde,
cuando no hay mentiras que construyan lo que no puede ser
y tan sólo el sudor nos acerca el uno al otro.

Son los episodios de la alienación,
nuestros encuentros en el mundo que nos ha tocado,
donde el movimiento se demuestra andando
para acabar alejándote de todos y de todo,
para encerrarnos cada uno en la habitación definitiva de nuestra soledad.
Sólo puedo decirte que creo que así es la vida,
y el perdón no sirve de nada ante ella,
aunque sólo pueda decirte eternamente que lo siento.
Licencia Creative Commons
Autopistas de soledad por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.





domingo, 24 de noviembre de 2019

El señor de la noche







































Las paredes, la habitación,
la luz,
todo lo que abarca la vista,
todas las radiaciones que llegan al ojo
se vuelven amarillas.
Mi cabeza
es un mar de antibióticos encrespados
chocando contra mi frente,
sin parar,
creando maelströms
hacia mi subconsciente.
De cada lado de mi cama
al otro
hay por lo menos
un kilómetro
y, en medio,
todo está lleno de piedras,
ramas y zarzas.
Como estoy lleno de gusanos
me muevo de un lado al otro.

Salgo de mi ataúd
y no sé dónde me encuentro,
aunque parece mi casa.
Creo que mi piel es gris,
o esa es la imagen que la enfermedad
forma en mi cabeza.
Todos quieren sacarme
pero yo soy el que más lo desea.
Así que salgo.
Es de noche,
así que me cubro de negro
y el viento hace mis ropas largas.
La niebla,
por su parte,
incuba mi melancolía.

Ahí vamos,
somos una estirpe de leyenda,
somos el mejor tema para cualquier historia.
Eterno cadáver,
sacando jugo a todo
para seguir estando muerto.

En torno a la mesa
preparo rituales con los otros
que nos abren puertas y sensaciones.
No importa el color o el sabor
del líquido ingerido
porque cada uno lleva
a un mismo fin.
Ese embotamiento,
esas risas electro-shocks
pidiendo a nuestro cuerpo que vengue al alma
en la noche.
Y luego el correr de bosques enteros
a través de la garganta,
y el fluir blanco hacia el cerebro,
y la ingesta de botones
de uniformes de soldados demonios
para soltar una eterna carcajada
y sentir amor por todo lo vivo:
lo que nos alimenta.

Tanta carne esperando,
y el brujo del ojo partido
bailando entre las sacerdotisas.
Pero no cesa el movimiento,
tanto que si coges algo real
te caes.

Todos los vampiros somos poetas
porque somos vampiros.

Publicado en el poemario "Fiebres galantes".


Foto:
-Ilustración de Tim Bradstreet para Vampires: The Masquerade.



 

 

jueves, 24 de octubre de 2019

La camada de monstruos



 
La camada de monstruos se nutre de aquellos
que desean ser reales,
cuerpos que asumen su deformidad moral
y hacen de su residencia el apartamiento,
viviendo en agujeros que son placentas
de la certeza del dolor.
Creo huir de ellos,
mi cuerpo aún recubierto del barro gris
con el que cubren a los que son excepcionales,
solidificándome como una estatua
esculpida por la ceguera.
Nadie es excepcional mientras siga siendo,
como mucho un muñeco que sueña.

Así me asiento en una visión de muros de ladrillos,
mis pupilas dejando girar
para que las visiones pasen a controlarme,
pasen a taladrar mi percepción
con su mecánica de imposición.
Así pretendo consolidar el estatismo de la insensibilidad.
Pero no puedo velar por siempre
y siempre caigo en el sueño,
y en mis ojos surgen las espirales
y en su periferia comienzan a recorrerme los insectos,
llenos de reproches,
hambrientos de pudrir mi carne de piedra,
reptando hasta formar una cadena
cuyos eslabones son remordimientos y deseos puntiagudos.

No corre el tiempo.
No hay nadie ahí fuera.
Sólo yo llenándome de instante.

Cuando soy un nido de ellos
mi cuerpo se sacude
como el del director de orquesta de su pretendida alma
y el cigarrillo deviene en varita
que hace un agujero negro en el aire de papel,
volutas de humo surgiendo como risas
materializadas en torno al centrífugo fuego concéntrico.
Y lo que hay en el agujero es dolor y también es vida,
o la alegría de saber que he muerto,
pero sin duda es lo que quería ver.
Licencia Creative Commons
La camada de monstruos por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.


Foto:
-Ilustración de Bernie Wrightson para la novela gráfica Freak Show.




 

sábado, 17 de agosto de 2019

En la ducha


























En la ducha eres una muñeca,
agachándote y resplandeciendo,
la catarata en miniatura del agua
cayendo del destello del grifo
y haciendo surgir los dorados
en tu piel de porcelana,
cientos de diamantes
que cambian de forma
con tus ligeros movimientos.
Los ojos cerrados de cristal,
largas pestañas negras
haciendo sombras chinescas
hacia tus mejillas de seda,
llenas de extraños torrentes.
Tu boca me succiona
sin apenas moverse,
conceptualizando la humedad
en un instante,
y las perlas del agua de nuestros cuerpos
se mezclan...



Foto:
-Soft (Study) de Alyssa Monks