El aire es metal y todo es gris
cuando todos atraviesan este triste
paraje.
Es un desierto de conocimiento,
puede que una nueva biblioteca
de Alejandría,
pero también, como ella,
es enterrada en las arenas de la
indiferencia.
Babilonia quiere atraparnos,
secuestrando nuestra vida
con jornada completa de inutilidad
y décadas de sementalidad
consumista.
Pero tenemos que ser puentes de
Midgard
y gritar lo que debe ser gritado,
ser traductores de esas runas sin
remisión
aunque no las entendamos.
Esto es un gran libro,
así que abrámoslo y que nuestra
mente
se divida en palabras.
Es 1999 y sé que el mundo va a
acabar.
El saber está en todas partes,
mi cerebro se reparte por todo el
aire
y cada trozo es uno,
pero hay miríadas de trozos.
Puedo estar en cualquier lado
y pensar todas las cosas,
pero más bien las piensan mis
trozos.
Una entropía retroalimentada,
muero y nazco constantemente
sin posibilidad de atraparme.
No existen máquinas capaces de
medir
El número de “yóes” que tengo,
pero ahí están formando todo,
como piezas de un puzzle
perceptivo,
automática,
inconscientemente,
como bits,
como pixels,
puro caos,
puro ser,
dando patadas a los átomos,
violándolos,
para hacerse sitio.
Foto:
-Alan Moore