jueves, 11 de enero de 2024

Lecciones de contingencia

 


Las colillas se deslizan como gusanos a través del cenicero,

son minutos gastados que sirven para devorarse a sí mismos,

detritus alimentando a detritus.

Las ideas nacen de la misma forma como fetos hacia dentro,

pura contradicción viva en la existencia más indiscutible que nunca,

la existencia que devora incansable.

Los gusanos,

muertos como un tejido sin dueño que lo vista,

avanzan hacia el éter de lo posible

formando la piel del objeto llamado cuerpo con vida,

en realidad, una pulsión energética que alimenta su propio sueño de metafísica

buscando convertir su corazón de etérea y caduca carne en piedra.

Es este el cuerpo,

en constante descomposición confundida con movimiento y devenir,

conceptos similares para definir al cadáver sin cara,

cuando sale arrastrándose de la cárcel de su nicho

para encontrar libertad en la eterna reflexión sin fondo de la cuneta de la vida.

Los gusanos rodean lo que busca ser esencia,

nubes cambiantes que no consiguen ser un rostro,

que no consiguen fijar la vida, la realidad de mi ser,

mi mundo reflejado en este agujero formando un borrón hacia fuera

por la imposibilidad de definir lo que soy

y porque mi espejo no refleja a los demás,

el amor, ese intento de adoptar el rostro de otro.

Por eso no tengo cara,

ni sé quién soy porque no hay una matemática que me defina

como una composición de unos y ceros,

porque la materia oscura que compone el hipotálamo

no deja pasar las definiciones a través de su ósea puerta.

No sé en qué planeta vivo,

pero no puedo vivir en el tuyo porque no tengo puertas

y los átomos se aparean como plagas de insectos.

Polvo por fuera,

el complementario,

el doppelgänger espiritual como fe en medio del abismo.

La mujer hueca surge como una aparición necesaria,

un espectro que responde sin preguntar en medio de la soledad,

su alma saliendo también a hacer preguntas por un agujero en su espalda,

desde la conciencia serpenteante encerrada en la médula espinal.

Dorso de la vida,

disección sangrienta de la conciencia,

con hilos de hemoglobina chorreando

por la superficie de la piel del reverso de la mente,

ríos de sustancia perdida hacia no se sabe qué mar de percepción.

La realidad pasa como una mujer con mil caras,

pariendo instantes, madre de percepción.

Una lágrima eléctrica sale de la pantalla como un error fotónico;

son las ficciones a las que me agarro para buscar dentro una existencia,

igual o distancia,

definida o indefinible,

que me acaricie,

amando lo cambiante y lo artificial,

obligado por la omnipotencia de lo inasible,

los sentimientos viajando a través de las caprichosas formas moleculares

que ejecutan las venas de sangre en los árboles del cielo.

Me obligo a vivirlo todo, mártir cotidiano,

la suciedad como muestra de la vergüenza

que me saque como un electroshock de la muerte por inanidad,

la noche como crucifixión para salir de lo mediocre,

la catarsis del ridículo de ser imperfecto,

temblando más que caminando cuando pongo el pie en la calle;

es como lanzar un grito de socorro a través de la civilización de hormigón,

para que no me aplaste,

para que nuestras vivencias se junten de una vez

para formar una frase con sentido,

dos seres contradictorios amándose por fin,

como dos palabras.

 Lecciones de contingencia by José Ángel Conde is licensed under CC BY-NC-ND 4.0


Foto:

-Slaughterhouse de cirrus-art.



 
 
 
 
 
 

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