Encuentro paz en las tormentas,
en la alquimia de su sonido lejano que se aproxima,
de sus luces efímeras naciendo del cuerpo gris del aire,
un diálogo absorbente entre lo centrífugo y lo centrípeto,
entre lo que acaba y lo que empieza,
la sístole y diástole de la niebla vaporosa
que rodea y contiene al mundo,
la lógica del latido sobrehumano.
Son los ruidos que escucho fuera de la vida,
los sonidos que golpean con su sinsentido
mi estado de perpetuo estremecimiento.
La sensación de lo erosionado me envuelve,
como el descomponerse invisible de una montaña,
audible en las vidas que a mi lado pasan,
cuerpos hechos de cierta roca huidiza.
Es aún más intenso con las mentes
o los hilos internos que sustentan las piedras,
telaraña frágil de tiempo y deseo
que se escapa a medida que se teje.
La vida pasa o es el aire
entre los dedos de una mano supuestamente abierta,
el aire agrietando una piel que envejece y que es una corteza terrestre,
cuyas playas se mueven generando arrugas que lloran.
Se desprende el olor a metafísica como una primavera post mortem,
y no importa que pase de una puerta a otra,
de un vagon a otro en un tren que no se detiene,
si las paredes me encajan en la inmovilidad,
en la oscuridad del que no cierra los ojos para ver a las sombras pasar,
del que no duerme porque sabe que no hay mañana.
Sigo creando acurrucado en mí,
como una rosa antinatura huyendo del amanecer.
No es luz que quema,
es el ser.
Primavera post mortem por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional
Foto:
-Ghosts #01 de João Ruas.
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