domingo, 21 de octubre de 2018

Astillas del día
































Los coches hormiguean hacia su supuesto destino,
formando serpientes de luces que se ahogan perdidas,
como cables que no se pueden desenchufar de su corriente continua
hacia el generador de cuerpos de la ciudad.
el avance, sin tregua, hacia la confusión de no pararnos a mirar.
Si pudiéramos encontrarnos con tan sólo contar nuestros dedos,
pero nos seguimos escondiendo en el corazón de nuestros apartamentos,
temiendo siempre que alguien entre y nos hable
con su luz en medio de la oscuridad, padeciendo la humanidad.
Si dos puntos de luz pudieran sonreírse con comprensión
a través de las constelaciones de hormigón...

El cielo tiene partes y, en estos tiempos descuartizados,
no dejan de caer sobre nosotros para decirnos siempre la misma verdad:
somos inocentes.
El día se astilla, fragmentos de sus horas me golpean mientras lo recorro,
mis ojos tan clavados que duele mirar hacia fuera,
a todos los alguienes.
Grita y tiembla el viento
y me refresco por un momento con el agua helada de la nostalgia.
La sombra de la calle escupe sus aristas de luz en innombrables esquinas
que mis pasos pisan una vez más para cegarme
cuando me doy cuenta que todo esto es porque te he vuelto a ver.
Duele tanto que no sé cómo seguir,
duele dejar escapar tu sonrisa por una escalera
en la que no veo más que una bandada de cuervos alejándote.
Los recuerdos hacen este camino,
y los dos corazones tuyos,
latiendo en tu pecho y tus ojos,
y cuando cierro los ojos veo la vida de tu torso combatiendo con el sol,
y quiero ver que no es distinto,
que no hay orfanatos que te quiten a los padres de tu belleza.
Los cirujanos también están a tu alrededor, con sus prisas de escalpelo,
buscando quitarnos la esperanza con su bisturí frío e impersonal.
Su arrogancia,
edificada en visiones de sangre e inocencias profanadas dentro de sus cuerpos,
su arrogancia está hecha de la materia de la soledad,
así que todos lloramos el mismo río
que aún no anega el mundo del que constantemente nos echamos.
¿Por qué?
¿Por qué no somos simplemente nosotros?

Tu sonrisa encadenada no me oculta las soledades de tu pelo.
Puede que todavía no esté preparado o que nunca lo esté.
A veces no sé hablar con el mundo,
aunque las experiencias sigan entrando en mi cuerpo,
portal de melancolía.
La confusión vuelve como la gripe anual,
teñida con bacilos de desesperación.
Otro invierno dentro de mí.
Si nievo llanto es sólo para mí,
tan desgarrado que no quiero ni erosionar un átomo de aire con mi tristeza.
Dejadme estos restos de vida,
ascuas que se acumulan sin apagarse ni quemarse,
el paso de los años dándole palpitantes e indecisas llamas internas.
¿Por qué?
¿Por qué no somos simplemente nosotros?
 


Foto:
-Fotograma del largometraje Cartas de un hombre muerto (Pisma myortvogo cheloveka) (1986), de Konstantin Lopushansky







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