Los coches hormiguean hacia su
supuesto destino,
formando serpientes de luces que se
ahogan perdidas,
como cables que no se pueden
desenchufar de su corriente continua
hacia el generador de cuerpos de la
ciudad.
el avance, sin tregua, hacia la
confusión de no pararnos a mirar.
Si pudiéramos encontrarnos con tan
sólo contar nuestros dedos,
pero nos seguimos escondiendo en el
corazón de nuestros apartamentos,
temiendo siempre que alguien entre
y nos hable
con su luz en medio de la
oscuridad, padeciendo la humanidad.
Si dos puntos de luz pudieran
sonreírse con comprensión
a través de las constelaciones de
hormigón...
El cielo tiene partes y, en estos
tiempos descuartizados,
no dejan de caer sobre nosotros
para decirnos siempre la misma verdad:
somos inocentes.
El día se astilla, fragmentos de
sus horas me golpean mientras lo recorro,
mis ojos tan clavados que duele
mirar hacia fuera,
a todos los alguienes.
Grita y tiembla el viento
y me refresco por un momento con el
agua helada de la nostalgia.
La sombra de la calle escupe sus
aristas de luz en innombrables esquinas
que mis pasos pisan una vez más
para cegarme
cuando me doy cuenta que todo esto
es porque te he vuelto a ver.
Duele tanto que no sé cómo seguir,
duele dejar escapar tu sonrisa por
una escalera
en la que no veo más que una
bandada de cuervos alejándote.
Los recuerdos hacen este camino,
y los dos corazones tuyos,
latiendo en tu pecho y tus ojos,
y cuando cierro los ojos veo la
vida de tu torso combatiendo con el sol,
y quiero ver que no es distinto,
que no hay orfanatos que te quiten
a los padres de tu belleza.
Los cirujanos también están a tu
alrededor, con sus prisas de escalpelo,
buscando quitarnos la esperanza con
su bisturí frío e impersonal.
Su arrogancia,
edificada en visiones de sangre e
inocencias profanadas dentro de sus cuerpos,
su arrogancia está hecha de la
materia de la soledad,
así que todos lloramos el mismo río
que aún no anega el mundo del que
constantemente nos echamos.
¿Por qué?
¿Por qué no somos simplemente
nosotros?
Tu sonrisa encadenada no me oculta
las soledades de tu pelo.
Puede que todavía no esté preparado
o que nunca lo esté.
A veces no sé hablar con el mundo,
aunque las experiencias sigan
entrando en mi cuerpo,
portal de melancolía.
La confusión vuelve como la gripe
anual,
teñida con bacilos de
desesperación.
Otro invierno dentro de mí.
Si nievo llanto es sólo para mí,
tan desgarrado que no quiero ni
erosionar un átomo de aire con mi tristeza.
Dejadme estos restos de vida,
ascuas que se acumulan sin apagarse
ni quemarse,
el paso de los años dándole
palpitantes e indecisas llamas internas.
¿Por qué?
¿Por qué no somos simplemente
nosotros?
Foto:
-Fotograma del largometraje Cartas de un hombre muerto (Pisma myortvogo cheloveka) (1986), de Konstantin Lopushansky
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