La luna se torna la cara
circular de la reflexión,
deviene un disco donde la
lucha no termina,
donde no se puede distinguir
la noche del día.
Dentro está la existencia.
Tras beber mi frasco
cotidiano de hastío
mi aliento se vuelve como
siempre electrónico,
artificial,
ajeno a mi verdadera
respiración y corrupción.
Nuestros cuerpos cuelgan
de la vida
en rollos de cables
desenchufados,
replegados por el deseo.
Muerdo con colmillos
desesperados,
subconscientes,
y la sangre comienza a
brotar desde el interior
de la carcasa de cobre
cutánea a mi conducta.
El deseo se activa,
anticipándome a que surja
y lo que quiero ya no me
satisface
porque ya no hay más los
demás
ni un afuera que
alcanzar,
ni reencuentros con lo que
esperas
sin resultado ni verdad.
El ojo del cíclope se
mira sólo a sí mismo
a través del cristal,
la visión
pluscuamperfecta del agua
llorando dentro de la
nieve.
No sé de qué estoy hecho,
mis cromosomas reptando
por el espacio-tiempo,
seguro tan sólo de no
tener respuestas,
sin poder nadar ni
perderme en el suicidio colectivo,
falso vivo e improbable
muerto,
una cifra más.
La realidad cercada,
el deseo y la esperanza
cercenados.
En ella no puedo existir,
ni publicar,
ni ser escuchado,
pero no puedo dejar de
aullar
desde el fondo mismo de
mi vida
o de mi muerte,
las palabras que explotan
libres
como flujo sin sentido,
armazón corriente de la
existencia,
devorador de lenguajes,
creando para no
desintegrarme.
Nada más que soy esto,
inútil intentar asirse,
tocar algo,
porque los sonidos que corren
y mueren en el aire soy,
cuando el espacio se
niega a vivirse,
poseído cuando escribo mi
furia
en los cuerpos
intangibles
con unas pezuñas que
tienen runas
por huellas dactilares.
El alarido,
la cópula con uno mismo,
preludio de la necesaria
mutación,
el lobo humano poblando
el mundo invisible
con sus huellas.
Una vez más he vuelto,
la soledad más completa
del universo,
clon biológico de su
silencio,
más allá de toda genética
del espíritu.
Noche en todos los
bosques de la civilización.
Mi identidad mezclada con
las estrellas invisibles
que miran a través del
cerco
de los árboles grises de
hormigón,
el cielo y la brisa
colándose libres
entre las rejas
semivivas.
El animal que se devora a
sí mismo,
respirando la anestesia
de los astros,
la realidad destruida a
zarpazos
para encontrarme detrás.
La bestia humeando al
frío del mundo
el vaho de la
incomprensión,
dentro el fuego encendido
por el miedo
de los que no quisieron
ser libres,
este instante de
violencia pura su instante,
la destrucción de la vida
establecida
por todo lo que es
percibido,
la tiranía de la
necesidad antes del aullido único
que todo lo extinga,
replegado en la musculosa
piel negra del ser
que vivió la noche de no
saber que era,
mordiendo el aire,
las tripas entre la tierra
y la nieve,
vacío del vacío.
La piel se da la vuelta y
devoro el sol,
y soy el que sale antes
del nuevo nacimiento.
Herida púrpura en el
desnudo que huye,
mordisco de infinito,
dolor,
comprensión.
Zalmoxis © 2025 by Jose Ángel Conde Blanco
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Foto:
-Alogos de David Herrerías