La camada de monstruos se nutre de
aquellos
que desean ser reales,
cuerpos que asumen su deformidad
moral
y hacen de su residencia el
apartamiento,
viviendo en agujeros que son
placentas
de la certeza del dolor.
Creo huir de ellos,
mi cuerpo aún recubierto del barro
gris
con el que cubren a los que son
excepcionales,
solidificándome como una estatua
esculpida por la ceguera.
Nadie es excepcional mientras siga
siendo,
como mucho un muñeco que sueña.
Así me asiento en una visión de
muros de ladrillos,
mis pupilas dejando girar
para que las visiones pasen a
controlarme,
pasen a taladrar mi percepción
con su mecánica de imposición.
Así pretendo consolidar el
estatismo de la insensibilidad.
Pero no puedo velar por siempre
y siempre caigo en el sueño,
y en mis ojos surgen las espirales
y en su periferia comienzan a
recorrerme los insectos,
llenos de reproches,
hambrientos de pudrir mi carne de
piedra,
reptando hasta formar una cadena
cuyos eslabones son remordimientos
y deseos puntiagudos.
No corre el tiempo.
No hay nadie ahí fuera.
Sólo yo llenándome de instante.
Cuando soy un nido de ellos
mi cuerpo se sacude
como el del director de orquesta de
su pretendida alma
y el cigarrillo deviene en varita
que hace un agujero negro en el
aire de papel,
volutas de humo surgiendo como
risas
materializadas en torno al
centrífugo fuego concéntrico.
Y lo que hay en el agujero es dolor
y también es vida,
o la alegría de saber que he
muerto,
pero sin duda es lo que quería ver.

La camada de monstruos por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Foto:
-Ilustración de Bernie Wrightson para la novela gráfica Freak Show.