O drogas
o sueño.
No me queda otra
elección.
Porque me voy,
salgo a la calle
y cuando vuelvo
sigo estando aquí.
“-Pero,
¿no
me había ido?”.
“Ya
veo;
aquí
estoy”.
Miro el paquete de tabaco
y el tío de la foto
levanta el pulgar
diciendo: “-OK”.
Así que uso medios no
convencionales
para crear y para vivir,
con lo que me enciendo un
cigarro.
Me da igual.
Creo que quieren usar
mi carne como libreta,
esperando de mí esto,
exigiéndome aquello,
cuando ellos deberían
exigirse a sí mismos.
Si soy un asesino
es problema mío.
Pero no,
insisten.
Hasta mis dulces chicas
me llaman estatua
cuando en mis venas hay
azufre.
Una máquina que sólo
sufre en su núcleo,
y pulsan mi cuerpo con
sus senos,
buscando en mis músculos
botones escondidos que me
activen,
pero dentro no hay código
de acceso.
Dentro está la Lacrimosa de Mozart
y la veo alejarse etérea
por el corredor gótico.
Intento ver su final,
analizar lo que hay
afuera,
y la sanguijuela entra en
mi ojo.
Estoy viendo a través de
ella,
cojo una navaja
y comienzo a lamer
la regla que llena el
suelo.
Es una línea que recorre
toda la sala
y que está conectada a
todos sus úteros,
así que la sigo a sus
orígenes,
analizando coño y coño
con la navaja
para ver qué secreto
contiene
tanto óvulo muerto.
Ellas parece que se
consuelan,
pero esto es un
experimento serio,
para ver en qué consiste
la vida.
Con sus risas y sus poses
no me basta.
Así que me llevo sus
hilos
encima del filo.
Llego a la playa
y me paro al borde de la
arena,
junto al agua,
y espero que llegue el
metro.
Y los túneles sangraban…

Y los túneles sangraban... by Jose Ángel Conde is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Foto:
-Instantánea performance de Olivier de Sagazan