Claroscuro.
La gran judía es la
puerta
a uno de los nueve
círculos del infierno,
rellena de mostaza verde
sangre.
En la habitación, entre
cuatro paredes,
inicio mi Cábala,
un chimpancé vampiro
encerrado en mi jaula.
¿Cuántas cárceles hay en
mi mente?
Soy un faquir atravesado
por clavos de inmundicia
y cada barro puntiagudo
me hace más poderoso y
resistente.
Estoy desnudo,
abrazado al dolor.
Soy un yonqui místico,
pálido y musculoso,
con la cara de una
calavera chamán
y la piel dura de cuero
negro,
tomada del murciélago y
el armadillo.
Mis ojos no existen,
están cosidos tras las
gafas de cristal
modelo “cúpula estelar”.
Respiro el filo de la
navaja,
larga hasta ser casi
invisible,
y me arranco trozos de
carne
que te guardarás en tu
estómago.
Grito, sin lengua,
o bien me río,
un samurái mudo
que realiza un harakiri
purificador
tras comer bolas de arroz
psicodélico.
Introspección.
El dragón me recorre la
médula espinal.
Ahora
mis venas son cadenas
pero no sé a dónde se
atan
o si hay eslabón perdido;
tal vez sean de agua
o tengan vida.
Por los caminos que voy
hay hombres de abrigos
negros
que hacen decorados con
la oscuridad
y me envuelven.
Ahora
ya tengo un tratado de
alquimia
del que tomar símbolos
cuando quiera.
Voy a escribir poemas con
saliva
en todos los labios que
viole.

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Foto:
-Repression, 3D Concept Art de Arsen Asyrankulov