Rostro
flotando en la oscuridad,
entremedias
de dos pasillos sin nombre ni dirección,
los gusanos
saliendo de la boca
buscando
convertirse en palabras,
mientras
los dedos quebradizos y temblorosos,
alimentados
por una bilis que ya les tiñe,
buscan
agarrarse en medio de espirales invisibles
al rellano
de los sueños.
Tocar es un
ejercicio para brujos,
para
guerreros de la mente que luchan en medio
de estos
invisibles campos de vaguedades
que se
clavan al corazón como lobos,
que hacen
sangrar miedo.
Tocar puede
ser doloroso cuando el aire se respira
rascando
una pared de fuego al mismo tiempo,
el horno
que limita al escritor paranoico
que, más
que de pasear por el mundo,
tiembla
cada vez que recorre la calle de sí mismo,
hacia la
esquina de carne con piernas de nácar,
sostén de
los edificios que arraigan en todas las mentes
cuando
logramos salir y crecer
por encima
de los sótanos de la locura.
Antes
pueden caer las cabezas de los hombres de madera
que
asienten con fuerza,
pero lejos,
en el
alvéolo espiral de los oídos,
en medio de
la habitación que se quema entre dorados de amanecer,
arrebatado
del cielo,
preñado por
los edificios,
la voz
chisporrotea con un matiz mojado de saliva,
procedente
de un mar que ya habíamos escuchado,
recordándonos
los oleajes de los abrazos.
No importa
qué tempestades se escondan en nuestros ojos,
detrás del
imperio de los párpados,
mientras
duermo...

Arrebatado al cielo por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Foto:
-Il matrimonio del cielo e dell'inferno de Roberto Ferri