viernes, 7 de octubre de 2011

Cainita




















Eres el hijo del diablo
y ves los mundos derribados delante de ti,
restos indescriptibles de una constante caída.
Te masturbas para expulsar tu furia
y te quedas aquí solo de nuevo,
cabalgando la histeria y la paranoia,
perseguido por manadas de ratas
mientras procuras vivir cada día
sin reconocer absolutamente nada,
como un extraterrestre.
Eres el hijo del diablo
pero no sabes ni quién te ha parido,
así que tienes que andar cada día
con el sufrimiento de tener que esquivar
una lluvia de ángeles que no paran de caer.

Se derrumba el sonido
y la vibración frota toda la habitación.
Mi mente va siendo cortada en lonchas
por un filo que no deja de seguirme.
El ruido del aire acondicionado rueda como un disco
mientras el viajero del dolor calma su alma
mirando las nubes,
que son una escuela de imágenes.
Sé que me voy a estrellar,
sé muy bien que me voy a estrellar
porque ellos alzan banderas de triunfo
y yo no creo que el éxito exista.
No encuentro nada que celebrar
y todos me miran amenazantes
cuando voy por su ciudad,
porque ya nada de lo que hay aquí
es absolutamente mío.
Así que me siento culpable de mirarles,
de andar a su lado,
y me lo hacen notar con miradas fijas y furtivas,
advertidos por mis ojos extremos.
Saben que soy yo,
y por eso se ponen alerta.
Tampoco me enternecen sus niños,
puesto que son todos iguales.
A estas alturas,
el jardinero que corta el césped en el montículo
me parece un astronauta.

La cara recuadrada en un cubo,
una auténtica belleza descodificada
con ojos profundamente digitales,
una muerte ni horrible ni hermosa
a la que no puedo dejar de analizar.
Me encanta cortarme a mí mismo
como un carnicero orgulloso.
Soy el viajero por la sangre que derramo
y no quiero huesos que sostengan a las marionetas.
Es por eso que derribo sus estructuras
y las convierto en amasijos de simpleza.


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Foto:
-Fotograma del videoclip Ich will, del grupo Rammstein





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