domingo, 24 de noviembre de 2019

El señor de la noche







































Las paredes, la habitación,
la luz,
todo lo que abarca la vista,
todas las radiaciones que llegan al ojo
se vuelven amarillas.
Mi cabeza
es un mar de antibióticos encrespados
chocando contra mi frente,
sin parar,
creando maelströms
hacia mi subconsciente.
De cada lado de mi cama
al otro
hay por lo menos
un kilómetro
y, en medio,
todo está lleno de piedras,
ramas y zarzas.
Como estoy lleno de gusanos
me muevo de un lado al otro.

Salgo de mi ataúd
y no sé dónde me encuentro,
aunque parece mi casa.
Creo que mi piel es gris,
o esa es la imagen que la enfermedad
forma en mi cabeza.
Todos quieren sacarme
pero yo soy el que más lo desea.
Así que salgo.
Es de noche,
así que me cubro de negro
y el viento hace mis ropas largas.
La niebla,
por su parte,
incuba mi melancolía.

Ahí vamos,
somos una estirpe de leyenda,
somos el mejor tema para cualquier historia.
Eterno cadáver,
sacando jugo a todo
para seguir estando muerto.

En torno a la mesa
preparo rituales con los otros
que nos abren puertas y sensaciones.
No importa el color o el sabor
del líquido ingerido
porque cada uno lleva
a un mismo fin.
Ese embotamiento,
esas risas electro-shocks
pidiendo a nuestro cuerpo que vengue al alma
en la noche.
Y luego el correr de bosques enteros
a través de la garganta,
y el fluir blanco hacia el cerebro,
y la ingesta de botones
de uniformes de soldados demonios
para soltar una eterna carcajada
y sentir amor por todo lo vivo:
lo que nos alimenta.

Tanta carne esperando,
y el brujo del ojo partido
bailando entre las sacerdotisas.
Pero no cesa el movimiento,
tanto que si coges algo real
te caes.

Todos los vampiros somos poetas
porque somos vampiros.

Publicado en el poemario "Fiebres galantes".


Foto:
-Ilustración de Tim Bradstreet para Vampires: The Masquerade.