La lluvia escribe impertinente sus letras
en el suelo amorfo del devenir,
sucediendo.
El tren de la rutina pasa cortando
la línea del horizonte de la existencia,
con un grito asíncrono,
detrás del ancho de banda del presente,
y las traviesas que unen el raíl por el que discurre
están hechas con las costillas de todos los hombres.
Esos hombres que se apilan unos sobre otros
en monetario orden,
siguiendo la regla de la cantidad,
la medida de sus células establecida
en una cuenta corriente,
desintegrados o integrados
según una asociación de unos y ceros.
Tras esta línea imaginaria terriblemente real
hay un espectro visible de seres que viven,
entre los que está tu cuerpo desnudo,
sudando ante el umbral siempre activo
entre la vida y la muerte,
arco que contiene tu expresión
entre el mundo y el dolor,
gotas de cinabrio recorriendo tu piel
para darte el brillo de la personalidad,
mientras la duda y la confusión
arden tras tu silueta
y un olor a cobre tan humano y angustioso
lanza un conjuro hacia el espacio
mientras te quedas en el fogón de mi recuerdo,
donde los números no sirven
y las cenizas llamean de actividad,
luchando por no apagarse
en el microcosmos quántico del pensamiento.
Foto:
-Sentient, de Zoh Lym.
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