domingo, 19 de mayo de 2019

Y los túneles sangraban...




























O drogas
o sueño.
No me queda otra elección.
Porque me voy,
salgo a la calle
y cuando vuelvo
sigo estando aquí.
“-Pero,
¿no me había ido?”.
“Ya veo;
aquí estoy”.
Miro el paquete de tabaco
y el tío de la foto levanta el pulgar
diciendo: “-OK”.
Así que uso medios no convencionales
para crear y para vivir,
con lo que me enciendo un cigarro.
Me da igual.
Creo que quieren usar
mi carne como libreta,
esperando de mí esto,
exigiéndome aquello,
cuando ellos deberían
exigirse a sí mismos.
Si soy un asesino
es problema mío.
Pero no,
insisten.
Hasta mis dulces chicas me llaman estatua
cuando en mis venas hay azufre.
Una máquina que sólo sufre en su núcleo,
y pulsan mi cuerpo con sus senos,
buscando en mis músculos
botones escondidos que me activen,
pero dentro no hay código de acceso.
Dentro está la Lacrimosa de Mozart
y la veo alejarse etérea
por el corredor gótico.
Intento ver su final,
analizar lo que hay afuera,
y la sanguijuela entra en mi ojo.
Estoy viendo a través de ella,
cojo una navaja
y comienzo a lamer
la regla que llena el suelo.
Es una línea que recorre toda la sala
y que está conectada a todos sus úteros,
así que la sigo a sus orígenes,
analizando coño y coño con la navaja
para ver qué secreto contiene
tanto óvulo muerto.
Ellas parece que se consuelan,
pero esto es un experimento serio,
para ver en qué consiste la vida.
Con sus risas y sus poses no me basta.
Así que me llevo sus hilos
encima del filo.
Llego a la playa
y me paro al borde de la arena,
junto al agua,
y espero que llegue el metro.
Y los túneles sangraban…
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Foto:
-Instantánea performance de Olivier de Sagazan