domingo, 20 de diciembre de 2020

El amor congelado

 






















I

El fiordo

Camino por la prosa de la vida

pero pensando en la poesía de tu alma.

Los días dameros de una cubitera,

fijos, inmutables e iguales,

esperando la congelación del agua.

Tu recuerdo un inmenso fiordo,

fluyente, renovable e imparable,

venas que surgen de la pasión derretida

componiendo las ondulantes fibras

de tu cuerpo amado.

 

 

II

Aurora boreal

Sentir tus manos como calientes tostadas

derritiendo mi cuerpo en una pasión orgánica,

una fusión alimenticia de besos lentos

como chispas buscando iniciar algo.

Detener el tiempo en la eternidad de lo sencillo

mientras las caricias caen como copos de nieve

y analizamos iguales a estatuas

la complejidad biológica del otro,

la composición química de nuestras almas.

Yo siento tus pasadas pesadillas

que han marcado como hierros candentes

los iris húmedos que me miran,

llenándolos de glaciares verdes,

transmutando la tortura

en un majestuoso rompehielos

que avanza sonriendo.

Nadie lo entiende:

la sonrisa es una aurora boreal.

 

 

III

La música se hace una con tu carne

lanzando tus gestos melodías

que me despojen de mis ropas de angustia.

En la distancia

tus maneras son dulces agujas de fresa,

pinchazos que esconden agua,

que se convierten en fuerte cascada

conduciendo mis pensamientos.

 

IV

Dos mujeres leen el mismo libro

en un vagón lleno de hormigas expectantes.

Dos ciegos novios

se abren paso en la calle.

Tu y yo

nos pasamos los corazones

de un lado a otro de Europa.

Tu rostro es tan tranquilo

que acabaría con la paciencia

de una indómita montaña.

 

 

V

A veces no quiero oir tu voz,

el esmeralda puente macizo.

Prefiero quedarme perdido

en medio de la niebla de tu mirada,

analizando cada porción de algodón intangible

que exhalan tus gestos gaseosos,

claros en su difusión,

comprendiendo tu misterio...

Licencia Creative Commons
El amor congelado por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional

 

Foto:

-Cryo, de Mariusz Zawadzki

 

 

 

lunes, 23 de noviembre de 2020

Ceguera blanca



A veces mi mente se deja huir escondiéndome en la niebla

que a veces necesito para aislarme de los demás

y hacerme invisible,

reflexionando así sobre mi ser

en la oscuridad de ese blanco envolvente.

Ese aire puede darme angustia

pero hay siempre una refracción de guiños de arco iris

atravesando las paredes de mi manto de humo blanco,

viajando y acariciándome

entre la evolución de las volutas ingrávidas del aislamiento.

Una ceguera en la que también veo tuétanos

llenos de inseguridad fluyente,

cuerpos pegados a sí mismos,

anatomías estancadas.

Esta espiral contiene el mal y el bien,

el frío y el calor,

los componentes contradictorios de la atmósfera de la vida

que no puedo olvidar si quiero comprender mi supervivencia.

El guerrero volátil siempre debe estar alerta,

incluso para los climas y los vientos más adversos.

Son nuestros, míos y tuyos.

Tengo frío de no verte

y lágrimas de muerte de llorar la vida.

Escucho sentencias en el humo que existe entre las personas,

que separa y disipa nuestras emociones.

Esa niebla me ha marcado

y, aunque el sol a veces la retire,

no debo huir y olvidar que es parte del bosque.

 

Foto:

-Emily Scream, de David Lynch.

 

 

 

 

jueves, 29 de octubre de 2020

Gritos nórdicos

 


Se levanta un oleaje negativo.

Aparto mi mirada en el metro

y por las noches bulle el deseo

de exprimir la carne

para sacar la sangre

que riegue con novedades

el páramo de los que sobrevivimos.

 

Me falta la dulce espuma

de una boca altruista

y sólo tengo gestos estereotipados

en una mano llena de cables,

conectada a mi cerebro,

que coge y coge sin apresar.

Mis ojos son el proyector

y veo desarrollarse la película

frente a aquello que nunca alcanzo

porque no quiero alcanzarlo,

substrayendo momentos de codeína,

tranquilidad pasajera

en medio de un dolor de hábitos,

vasos como pulmones

y aliento como cuenta atrás.

 

Sobrando la piel

estalla como la resaca del ártico,

encima de mi cabeza,

muy lejos,

y en la nuca queda el poso

de caricias esponjosas,

procedentes de un océano de carne demiúrgica

que no consigo volver a reunir

pero por el que grita silencioso

el arcángel caído que llevo dentro.

 

Gritos nórdicos

cuando nadie te oye

buscando congelar el cielo...

                                 Licencia Creative Commons 

                                 Gritos nórdicos por Jose Ángel Conde 

                                 se distribuye bajo una

                                 Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.

 

 

Foto:

-Birthmark de Erlend Mørk

 

jueves, 17 de septiembre de 2020

El espíritu del mundo

 






















La sinceridad te arrastra fuera del espejo

hacia el campo bañado por la niebla del mundo

que constantemente se forma.

La lágrima no cae con su bomba atómica,

se queda dentro de la tristeza del núcleo,

tan sólo una melancolía postnuclear

que los mutantes supervivientes del anterior cataclismo,

con sus miradas ciegas y sus mensajes mudos,

han olvidado cómo o no quieren expresar.

Vampiros de todas las modalidades

mordiendo el aire que ellos mismos exhalan,

en una jauría inane,

mientras tu piel no está vestida correctamente

para ninguna de las ocasiones.

No importa por qué siempre muerdo los ríos interiores,

allá donde puedo fluir sin ser visto,

en el cauce húmedo e inacabable en que me ahogo hacia mi comprensión,

cristales reflejados y expulsados hacia todo recipiente que sepa contener el agua.

Es la corriente, llamadla amor o muerte,

pero dejadme besarla.

 

Si pudiera oír esos susurros de la vida habitual,

tu pelo ardiendo igual que mi deseo de buscar el progreso en tu cuerpo,

tus brazos las palancas que hagan girar el eje de la vida,

para cambiarla, para hacerla,

besos cristalinos salpicando el firmamento del camino que andamos,

tocando con los dedos el hilo invisible entre nosotros,

la mística que suena antes de la muerte,

los acordes de nuestro corazón,

el espíritu del mundo,

que soplan en silencio mis labios,

el nombre que se llama esperanza.

Licencia Creative Commons
El espíritu del mundo por Jose Ángel Conde se distribuye bajo una 

 

Foto:

-Nierika/Liquid Mind de Giovanni Maisto

 

 

 

 

 

lunes, 17 de agosto de 2020

Estrella amarga
































Estrella amarga,
estrella por siempre fugaz,
consciente de mi consumición
al ver caer a las otras estrellas
en un cielo de ángeles caídos,
formado por los que perdemos la inocencia y el tiempo.
Yo derrito la porcelana que forma tu cara,
al fin y al cabo otra estrella gris imposible
que tampoco se encuentra mientras cae.
Mi vuelo fugaz hacia abajo a veces se condensa
formando la masa devoradora de un agujero negro,
como una bola de alquitrán en el interior de mi estómago
en la que se estancan todos mis malos pensamientos,
creciendo y creciendo con mi miedo a perderte,
absurda oscuridad si estás aún en el mundo
y éste no te ha perdido,
absurda oscuridad si todos pasamos,
tan sólo una araña negra grumosa
que cree pegarse al mundo con su viscosidad culpable
y con venas de odio centrípetamente fluyente.
Es preferible despegarse de esa babosa
que se arrastra por los remordimientos
y sacarla del cuerpo en lágrimas negras,
para seguir atravesando el cielo hacia abajo,
como una caricia estelar al firmamento.

 
Foto:  
Prisoners of the sky de Jim Steranko