La ciudad se va desgastando
a medida que camino por su suelo
y se aleja arrastrada por los torrentes implacables
que genera la lluvia,
golpeando a la civilización
en una justa venganza apocalíptica
que me deja solo una vez más
frente al espejo del instante.
Encerrada en una intimidad digital,
un arco electromagnético provocado
por los electrones que desprende el insomnio,
la recta de mi percepción se encuentra a sí misma
en un círculo que se cierra,
la cinta de Moebius en la que me suelo encerrar
para reducirme hasta la eternidad del amor
muy dentro de mí,
la zona inexplorada de mi sentimiento.
Ahí las imágenes emitidas por el lejano mundo
se quedan a vivir para siempre,
en un síndrome de Stendhal
que duele como una permanente autopsia,
inevitable, trascendente.
Entonces los cuerpos desnudos de mujer,
idénticos a sí mismos,
se funden en la posición de sus miradas unidas,
escapando del exterior para explicarse
en sus inocentes posturas sinusoidales,
donde el movimiento se resume
en una quietud de respuesta,
de vida latiendo en sus cuerpos
más allá del sentido,
donde las bocas hablan el aire,
donde los ojos moldean lo existente.
Sólo puedo amar a estos dos cuerpos,
condenado a no poder salir de ellos,
y cuando recupero la consciencia
no puedo evitar dormirme
para escapar de mí,
en un suicidio virtual,
el desnudo doble de la esencia.
Foto:
-Esqueleto de niños gemelos siameses de Ulay & Marina Abramovic.
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