martes, 17 de junio de 2025

ADN suplente

 


Me levanto dos veces todos los días, como arrancado de un útero en un aborto sin permiso ni piedad: una a mí mismo, al dolor y la confusión de estar despierto; otra a los demás, al lanzamiento a la calle con la desesperación del que se siente vigilado por todos los ojos. El ocioso e improductivo “Chico A”, un genoma en su submundo infinitesimal que no interesa a nadie, que se agita perdido en su embrión inmaterial de opresión, colocado en ninguna o en cualquier parte de la cadena de montaje genética de la sociedad.

Fuego fatuo, muerto que brilla, tan sólo alumbrando unos centímetros de espacio solitario. Cualquier país o dimensión de escape siempre será mejor que aquellos donde ahora me sitúe. La teoría de cuerdas estremece en mi silencio tan sólo a mis oídos, pero los átomos no escuchan preguntas. Todo está en su lugar, siempre que esté en el exterior. Soy un ser dividido, medio cuerpo fuera y medio cuerpo dentro de un espacio indefinido, ni nacido ni muerto, sino desesperadamente vivo, mientras todo el mundo huye a organizar sus vidas, el orden que no explica mi tristeza congénita, hija de un padre que ni siquiera sé si existe. Tratando siempre de ser yo, aun sabiendo que ese cuerpo no es mío. Si nada tiene explicación acaricio las piernas de miel de un croissant, antesala hacia la jornada diaria regida por el tiempo infinito en que se hace o hay que hacer algo. Quiero ganar mi salario sin haber trabajado porque sé que ese cero ya es mío antes de conseguirlo; tal vez seré libre cuando lo pierda, tesela de carne y costumbre, argolla y yugo de sentido, pan nuestro de cada grilla.

ADN suplente © 2025 by Jose Ángel Conde Blanco is licensed under CC BY-SA 4.0 

 

 

Foto:

-Cluster of heads, de Erik Ferguson

 

 

 

 

 

 

sábado, 17 de mayo de 2025

Disgenesia

 


 

La primera memoria de la que tengo conciencia es, precisamente, la de haber dudado de mi propia conciencia. Quizá pueda considerarse como una especie de maldición (¿una caída del Paraíso?, propiamente) que el comienzo de la infancia, la Génesis de todas las edades, la época donde la dispersión y la experiencia de la propia acción sin ningún tipo de racionalización son soberanas, donde manda lo que se vive y no tanto el sentido de lo que se vive (si es que lo tiene), esté marcado por el estigma mental, casi cainita, de tener justa y clara percepción de esa misma dispersión, de esa fugacidad, de la propia difusión. Quizá esta “confesión” esté demasiado cargada de tintes bíblicos (¿quién sabe si intencionados, o siguiendo la intención de quién, cuando ya he comenzado este juego dudando incluso de mí mismo?), pero lo cierto es que esa idea de “Génesis” me ha perseguido en todo lo que escribo (y en todo lo que he vivido, si ensanchamos el silogismo) y, precisamente mientras esto escribo, acabo por darme cuenta de que ese estado de comienzo lo que define es una frontera entre el estado de disgregación y el estado de concreción, un tenso puente que lucha por unir los dos polos. En aquella habitación de mis apenas cinco años (no puedo determinar bien la edad, sin saber siquiera si era mi conciencia) no sabía de quién era ese cuerpo que estaba albergando mis pensamientos, no reconocía al sujeto al que pertenecían sin haber consultado a mi propio pensamiento, porque mis ideas eran propias y querían, por lo tanto, liberarse de ese cuerpo que las estaba transportando (y que lo seguiría haciendo en el futuro, aunque en ese momento aún no lo sabía) sin haber pedido permiso a mi conciencia. Eso explica los denodados intentos por arrancar los sentimientos con tenazas de palabras, de practicar cirugías literarias (líricas o narrativas, no se supone que el público tenga nada que ver con esto, así que no hay nada que acomodar) con las que confeccionar un sentido, intentando tejer un vestido con el que proteger a lo inmaterial del frío cósmico. Eso explica haber vertido los primeros versos después de haber entrado en “modo despecho” (para luego seguir escuchando más música oscura, no siempre en inglés) y que sea el desengaño, madre de todo lo barroco e hijo bastardo de las sociedades eufemísticas, el punto de partida de la ortopedia inane de la literatura buscando recomponer los restos de la pestilente nostalgia. Quizá no sea nada más que simple arrogancia y, por tanto, un ejercicio fútil de combustión espontánea, creer que se puede tejer una tela de araña que sea perenne, como ya pretendieron otros caídos, más geómetras, más preparados, pero igualmente asfixiados por sus propios hilos. Como si hubiera quien pudiera descifrar ese edificio levantado con tan caótica arquitectura, si las ruinas no se hicieron para durar. Ahora también pienso que quizá fueron construidas en sentido inverso.

Disgenesia © 2025 by Jose Ángel Conde Blanco is licensed under CC BY-SA 4.0



Foto: 

-Fotocomposición basada en la actuación/performance The Reincarnation of Saint Orlan de Orlan.

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 27 de abril de 2025

Primeras consecuencias de la contaminación electromagnética

 


 

Páginas de la alienación; el cielo no existe, los cantos de los pájaros son las vibraciones de los cables de hierro extendiendo la gran telaraña de metal que nos encierra, creando una estática constante en la que nadan impunes los dígitos y los códigos que componen la celda global contemporánea, como en un océano invisible de apariencia, un plasma de opresión, la placenta cotidiana en la que nos incubamos sin preguntas.

Mis cables desesperados de respuesta se lanzan al aire enredándose en el aparataje de torres formadas por máquinas, y tropieza mi vida y mi conciencia haciendo daño a los demás y a mí mismo. Ni siquiera puedo entrar en el sueño, que me echa con bofetadas espasmódicas de su zona de percepción, no dejándome siquiera un frío nicho aislado, inerte de visiones, y me devuelve a mi mesa de disección nocturna, donde mi cuerpo se desgarra en múltiples cuerpos que pelean unos contra otros, reafirmando su materialidad, apresándome en su lucha de insomnio.

No hay lugar para otras retiradas del campo de batalla de la conciencia; ni siquiera la sempiterna inconsciencia del fin de semana, un vórtice que sólo devuelve dolor físico y un regusto a caucho quemado en el paladar. En esta espiral consumo para consumirme, pero no hay posibilidad de que los espejos me escuchen o me devuelvan el humano toque de unas puntas de los dedos perdidas a años luz de este planeta de titanio.

No os preocupéis, no soy nada. Sólo me queda la vida, como un polvo cósmico que erosiona la piel con pústulas en forma de palabras que se escriben poco a poco en la piel, una nube de polución que es la atmósfera de las ciudades procedente de la explosión de un Sol que nadie ha conocido.

 

Primeras consecuencias de la contaminación electromagnética by Jose Ángel Conde Blanco 
is licensed under CC BY-SA 4.0

 

Foto: Cyborg, de Dan Sakamoto