Prosigue el desplazamiento de los átomos que me componen
a través del tiempo y el espacio.
La inercia es la fuerza de atracción todopoderosa e inexplicable
que justifica la continuidad de los latidos de mi corazón
y, a veces,
el sonido de mi voz en un simulacro de comunicación.
Durante este supuesto milagro existencial al que nazco todos los días
lo que se suele llamar mi conciencia reverbera tímidamente
a través del aire del mundo,
como si quisiera hacerse notar…
La necesidad se torna así algo involuntario,
un acto reflejo,
el parpadeo de mi voluntad
encarcelada en un ensimismamiento
ante el devenir que le ha tocado.
Al otro lado,
en los confines de la galaxia,
los demás que se supone están aquí conmigo,
compartiendo lo incomprensible,
desarrollan su muerte alardeando ante mis ojos,
su hermosa corrosión
es un espectáculo de comunicación aún no establecida,
lanzada en un grito de angustia
que quiere ser empatía hacia mi percepción.
En la tormenta espacial el tacto se revela como una utopía,
las oportunidades de relación pasando con el polvo cósmico.
La palabra sería entonces como una especie de alquimia,
de observación de los corpúsculos
que constituyen ese invisible espectro
desplegado entre tú y yo.
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