Indolencia,
cuando la huida ya está aquí
como el más concreto y firme de los lugares posibles,
cuando lo posible no puede ser más que una sola cosa
a la que agarrarse hasta morir con la sabiduría espiral del fanático.
Deja que las dudas y el dolor caigan como el sudor
de una mala noche de fiebre
bajo la ducha purificadora de lo obvio y lo fácil,
en el mundo donde el sufrimiento sólo existe
para otros que seguro que no son tú.
Trasciende hacia la realidad y paralízate al ritmo de los demás,
donde todos puedan ver que no tienes ninguna intención de ser único,
y comprende por fin la parálisis del movimiento,
cuando tu iniciativa se funda con las ondulaciones
de millones de serpientes multicolores como tú.
El silencio es devastador porque detiene las cosas.
No dejes hablar a la vida
y, sobre todo, no pares de hablar,
para que tus palabras sean ladrillos
en el vasto muro del ruido,
para que te sigas separando de los que piden ser escuchados,
porque no se puede perder el tiempo con las esponjas
cuando se trata de correr hacia la muerte.
Correr, siempre correr,
no vaya ser que al pararnos a mirar la vida
nos quedemos ciegos ante el furor del relámpago.
Porque queremos poseer sin ser,
siendo uno con nuestro objeto de deseo.
Porque queremos escapar de nuestras emociones
deconstruyendo los cuerpos en carne embutida,
contoneando en una orgía de sudor
que habla con aliento de axila.
No podemos amar
porque eso implica movernos de aquí,
de este planeta de certeza
donde los hogares han devenido en cárceles,
donde el dinero es la moneda con que comprar la esclavitud,
donde sabemos quiénes somos no preguntado lo que somos,
fluyendo a toda costa fuera de nuestro cuerpo
en una herida abierta que confundimos con un río.
Fluir, siempre fluir,
hacia todas partes,
desperdiciándonos,
antes de que nos desperdicien los demás.
Los demás no existen, aunque se me parezcan,
porque estoy demasiado ocupado
recomponiendo los trozos de mi yo
con el collage moral de los eslóganes.
No podemos amar
porque queremos ganar,
porque competir es que los otros son los que pierden.
Yo soy la verdad
porque la mentira tiene que ser cierta.
Indolencia,
cuando tengo las instrucciones de la vida,
cuando los que no las siguen son monstruos,
gárgolas negras con las alas llenas de tristeza.
Mi placer es mi única frontera
y no entiendo qué hace esa gente a mi alrededor
si todavía no he empezado a devorarlos.
Sí,
ayer soñé con la apariencia de una apariencia
que decía llamarse indolencia,
pero me di cuenta que nos devoran en vida los gusanos
y que ciertos cometas,
al pasar por mi órbita,
desprenden guijarros de amor que me hacen sangrar,
después de ciclos de glaciación.
Sigo sin saber por qué me sigues buscando
si no existes.
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