Todavía nos preguntamos por qué
sigues existiendo
cuando, desde tu nacimiento, estás
destinado
al campo de concentración de tu
identidad,
cuando toda posibilidad de elección
ha sido anulada
de un paisaje que nunca ha sido
tuyo,
en el que tan sólo te desarrollas
porque nosotros te dejamos,
extendido en el suelo del hábitat
de inmundicia
sobre el que te desarrollas junto
con los demás ejércitos de detritus,
masas de carne tan sólo orgánicas,
sub-humanos,
con la única necesidad de ser que
tendrían nuestros propios excrementos,
la de servir de río escatológico de
todo lo sobrante,
tan poco que ni siquiera es nada.
Feo, deficiente, débil, pobre,
perdedor.
Te hemos concedido vivir para que
sientas
la agonía de tu propia podredumbre,
para que cada día te torture
incesantemente
con la realidad de su propia
inutilidad,
tan sólo para que sintamos el
maravilloso placer
del desarrollo ritual de tu
infección y corrosión,
tan sólo para que sientas que nunca
podrás ser como nosotros,
para que todos los días nuestras
miradas te escupan
sin que puedas cambiar nada,
tu vida con las vidas de los demás
vacíos,
distribuyéndose entre dígitos
hasta el día eterno de vuestra
desaparición global
en un destino común de opresión.
Espeso el aire,
el que nosotros te arrendamos.
No se respira libertad.
Tus rodillas astilladas de obedecer
y producir,
te exprimes durante tu ocio en zumo
de esclavo,
uno más de nuestros sabores.
Queremos tu vida, no tu opinión.
¿Cómo te atreverías a vivir sin
nuestro combustible,
si no sabes vivir?
Consúmete en los grilletes
candentes de tu producción.
No vas a cambiar nada,
porque no puedes ser nada.
Nosotros gestamos y diseñamos tu
servidumbre,
desde antes que nacieras.
Existes,
pero eres inútil.
Nosotros los perfectos,
los que tenemos derecho a excluirte
como los anticuerpos aniquilan los
virus,
plaquetas inteligentes y
dominadoras
en el cuerpo de este universo
terrible
pero favorable por siempre a
nuestros intereses.
Nosotros los que tenemos derecho a
no escucharte,
materia inexistente y eternamente
sobrante,
a dejarte aislado y lejos de todo,
a pedirte si quisiéramos,
amablemente,
que te autodestruyas.
Sería natural,
sería justo,
sería lógico.
Pero, en la mismísima esencia de
nuestra grandeza,
está nuestra misericordia,
esa misma que te permite
despertarte a cada mañana
para que asistas a nuestras orgías
de poder y belleza,
para que, en definitiva,
personificación del asco,
seas el objeto último de nuestra
cósmica burla.