Las esquinas de la realidad
provocan efectos de mortal repulsión
entre las mentes ordenadas por la
costumbre,
convirtiéndose las emanaciones de
su intrínseco absurdo
en un portal nauseabundo para los
caminantes
que pasan tangencialmente a su
lado,
tatuándose el olvido a fuego en su
frente miedosa por ignorante,
un sello de ceguera que parece así
comprar unos momentos de estabilidad.
En el eterno paseo del mismo eterno
otoño
por las calles de la vivencia,
tras el consabido número de pasos
como constante ecuación
indeterminada,
las partes oscuras de la realidad
me golpean
con sus latidos cargados de
revelaciones,
dictadas por el horror que existe
detrás de estar vivo.
En sus manos,
ya sin posibilidad de enmienda
perceptiva,
me diluyo entre las heces del miedo
y la orina del ridículo,
fluyendo todopoderosas a través del
aire
hasta mis precarios e ínfimos
pulmones.
Sus sempiternas risas y miradas de
extrañeza
se cubren una vez más con la niebla
que, en esos momentos decisivos,
me aísla de su espacio con una
atmósfera de descomposición,
cuando devengo en un algoritmo de
entropía
enmedio de sus biorritmos de
lógica.
Los zombies de la realidad miran a
mi rostro inexpresivos y mecánicos
como al televisor geocéntrico de
sus vidas,
asistiendo al espectáculo que los
define y los da sentido,
devotos del tedio y la monotonía.
Lejos de la consistencia,
me derrito en húmedos torrentes de
insectos desconocidos,
gelatina de cucaracha derretida,
símbolo de súbita podredumbre.
Me alejo de mí
porque no puedo aceptar que nos
pertenezcamos,
la vida goteando temblorosa,
poco a poco,
en continuos posos de sangre
invisibles sobre la línea del
tiempo,
tiempo de sangre,
tiempo escarlata,
líneas de pensamiento frágiles como
neutrinos
llenando el vacío dentro de mi
cabeza,
pura ciencia.
Trascendencia demoníaca a mi yo,
se abre fuera del espacio y el
tiempo
el pórtico hacia la dimensión de mi
alma.
LAS ESQUINAS DE LA REALIDAD -
CC by -
Jose Ángel Conde Blanco
Foto:
-Pintura, de Joseph Loughborough